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Opinamos fácilmente de los entendimientos conquistados, pero vivimos en un mundo que va un paso adelante de nosotros. Porque lo hemos vuelto tan complejo que batallamos para comprenderlo. Es fácil entonces movernos en el nicho del lenguaje confortable, cómodo, para no hacer el ridículo, y evitamos los temas complejos. Por eso quizá es que no nos ocupamos tanto como deberíamos de un problema tan grave como el cambio climático: está allí, pero no sabemos cuál es nuestro papel, y por qué tendríamos que tener uno, si millones de nosotros antes que nosotros vivieron ocupados en sus problemas íntimos y personales. Pero es que, caray, no habrá millones después de nosotros que puedan ocuparse de sus problemas personales simplemente porque no tendrán la opción. Marchamos hacia la inhabitabilidad de la única casa que conocemos en el universo. Los problemas cotidianos de cada quien serán otros más universales pronto.

Y hay otros muchos problemas complicados de los que no estamos hablando. Menos urgentes, quizá, pero abandonados, que es lo mismo que tenerlos en un bucle anacrónico. La compleja situación puertorriqueña es un ejemplo. La latinoamericana, otro. Centramos en cambio nuestra crítica en asuntos que ya comprendemos, que es fácil convertir en cuestiones morales, porque las cuestiones morales ya están resueltas, aunque sigan siendo un problema. Todo es cuestión de identificarse, de sentirse perteneciente en una caja de resonancia ocupada siempre en las mismas cuestiones. Una y otra vez. Una y otra vez.

El martes 23 de mayo a las siete de la noche Juan Carlos Quintero Herencia hablará con Pablo Crespo en Coloqueo de varios asuntos. Entre ellos, estoy seguro, de la renovación del lenguaje. Porque esto que anoto aquí, esta mirada a partir de la renovación del lenguaje, no es idea mía. La tomé de De la Queda(era). Es una categoría de análisis que puede extenderse de la situación de Puerto Rico a otras en el mundo. Con sus particularidades que parirán nuevas categorías de análisis, sí. Pero es que soy humano, nada humano me es ajeno, y, si en lugar de partir de las generalizaciones para simplificar la particularidad, partimos de la particularidad y la llevamos a grados más complejos, podremos quizá llegar al germen de este fractal social que es nuestro mundo. ¡El camino no es la simplificación matemática hasta la tautología, sino quizá la inducción matemática hasta la ley o teoría!


https://culturalpr.com/event-pro/coloqueo-obra-literaria-de-juan-carlos-quintero-herencia/?fbclid=IwAR2NJ0jPiF8AzeR1pQVu8M9X0B6SKx2Gcicru_yqFwmOlF08kE0ABJUuYf8

Soy fanfarrón, todo el mundo lo sabe, y quizá cuando abandoné la ingeniería en sistemas para largarme a letras hispánicas, buscaba la confrontación, la discusión abierta, hasta la pelea. Que me cuestionaran porque había abandonado la seguridad por la incertidumbre. Me sentía tan capaz que apostaba por la defensa de la gelatina en contraste con el concreto, para que la demostración valiera la pena.


Pero ya entrados en el asunto y en los años, fui entendiendo que era inútil. Primero, porque la mayor parte del tiempo los avatares de nuestra vida son crucigramas que llevamos a la exageración para convencernos de la seriedad del juego. Es duro que la existencia no suene tan convincente simplemente porque el cerebro se aburre y exige entretenimiento continuo. ¿Necesitan los libros justificarse para existir cuando alguien es condescendiente porque usted no usa sus habilidades para algo "útil"? Segundo, porque más interesante que el crucigrama de andar peleando es el de resolver problemas: el de la integración económica del libro. Claro, ahora está también el grave problema ambiental que enfrentamos, y que también es un asunto económico.


Desde mi perspectiva, la economía no es cuestión de lo útil y lo necesario, sino del establecimiento de relaciones y valores. Cuestión de acomodo e integración. Los libros no pueden vivir de subsidios eternamente, si es que se les quiere lo suficiente. Es que estamos fallando en el modelo con el que pretendemos integrarlos. Y es que, aunque sabemos que el sistema general es voraz y excluyente, que subsidia para subsanar sus "fallas" y seguir funcionando igual, a nosotros no nos sirve se mucho esperar a que la cosa cambie. Hemos de cambiar nosotros y construir los canales que hagan falta, aunque al sistema le duela la panza.

Prende usted la tele. No ya la tele con antena o cable, sino la tele con internet y algún servicio de streaming. Ya el servicio está prepagado, podría usted correr el riesgo, pero no lo hace. En cambio se está una hora viendo títulos, pasándolos, sin animarse a ponerle play. Finalmente, se decide por una recomendación: el gusto de un tercero que sí se arriesgó, o, peor aún, la sugerencia prefabricada de un publicista acostumbrado a inflar las percepciones. ¡Y eso es posible en este mundo sólo porque usted prefiere estar pasando portadas y escuchando la opinión de otros en lugar de ponerle play!


Llega usted al tercer episodio. La idea parecía buena, pero daba para dos episodios, no para tres. Menos para los otros diez que ya nunca verá. Detrás hay no un escritor con una semilla que no germinó, sino todo un equipo. Hubo riesgo, evidentemente. Y fracaso. Pero la oportunidad estuvo. Se sabía que con toda probabilidad no se estaba ante la obra maestra, pero ¿cómo se iba a saber si no se probaba? De hecho, habiendo tanta cosa malona por ahí que se filmó, ¿parece que alguien tenía el criterio refinado para estar tomando decisiones?

El libro padece por dos lados: uno, la tendencia a tratar de juzgar los libros por la portada, porque también es imposible leerlo todo antes de comprarlo, y ya entonces para qué. Lo cual es absurdo, porque hay miles de buenas portadas en una sola librería. Con montones de promesas. Finalmente usted se decide por un alucín que no era lo que usted creía: ¿y cómo iba a ser? Si atináramos, nos bastaría con cerrar los ojos e imaginarnos la historia, pero soñar nunca es suficiente. El lado dos es el síndrome del editor en busca continua de la obra maestra.


Aprendo entonces algo de la mala televisión: hacer una buena serie cuesta cien malas, la oportunidad de que existan y fracasen. El escritor y el editor tienen que tomárselo en serio de otra manera, dejar de estar pensando en que les llegará la obra del siglo a la mano. El problema que hay que resolver es la impresión bajo demanda desde la propia oficina, o el mejoramiento del libro digital. Otra cosa aprendo: dejaré la manía de estar pasando portadas en la tele y me atreveré a ponerle play.


Por cierto, a veces parece que todos los libros son de lírica o ficción. Piense usted en ello.

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