Nada hay más lucrativo que disfrazar un negocio personal de una buena causa. De ese cruce nacen dos peligros: la satanización del interés individual y el rechazo absoluto de la participación ciudadana en los asuntos públicos. Sin la necesidad de renunciar a las aspiraciones propias ni al ejercicio democrático, es posible seguir protocolos para prevenir el oportunismo consistente en quien usa la buena voluntad de otros como trampolín personal. Algunos de estos protocolos son:
1) Defina colectivamente objetivos concretos. Que el movimiento (sea su magnitud local, estatal o nacional) no se vea concluido hasta llegar a conclusiones relacionadas con los objetivos, que no deben ser el de cortar la cabeza de un líder para que otro (igualito) ocupe su lugar.
2) Delegue tareas concretas en quien demuestra más capacidad para llevarlas a cabo, no la dirección completa de todo el movimiento, que debe definirse en reuniones con un programa definido.
3) Asegure que todos puedan participar y prevenga que una sola persona acapare la palabra. Los oportunistas suelen secuestrar el orden del día.
4) No te mojes por alguien que siempre está seco. ¿Cuánto invierte en una causa ese que dice que es un adalid de tal causa?
Como editorial en una sociedad democrática este último punto nos interesa especialmente. Porque en la participación diaria la libre manifestación de ideas es fundamental. En ello juega un papel importante el cuidado editorial como una herramienta para asegurar la coherencia y no como un filtro selectivo que calla voces en función de criterios arbitrarios. Por eso no debemos conformarnos con las redes sociales. Lo dicho debe vigilarse continuamente en cualquier lugar donde se esté. Nunca se está en un sitio completamente realizado, por mucho que se quiera hablar de países desarrollados y países en desarrollo, porque el retroceso siempre es posible. ¡No deje que los gurús hablen por usted!
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