Soy fanfarrón, todo el mundo lo sabe, y quizá cuando abandoné la ingeniería en sistemas para largarme a letras hispánicas, buscaba la confrontación, la discusión abierta, hasta la pelea. Que me cuestionaran porque había abandonado la seguridad por la incertidumbre. Me sentía tan capaz que apostaba por la defensa de la gelatina en contraste con el concreto, para que la demostración valiera la pena.
Pero ya entrados en el asunto y en los años, fui entendiendo que era inútil. Primero, porque la mayor parte del tiempo los avatares de nuestra vida son crucigramas que llevamos a la exageración para convencernos de la seriedad del juego. Es duro que la existencia no suene tan convincente simplemente porque el cerebro se aburre y exige entretenimiento continuo. ¿Necesitan los libros justificarse para existir cuando alguien es condescendiente porque usted no usa sus habilidades para algo "útil"? Segundo, porque más interesante que el crucigrama de andar peleando es el de resolver problemas: el de la integración económica del libro. Claro, ahora está también el grave problema ambiental que enfrentamos, y que también es un asunto económico.
Desde mi perspectiva, la economía no es cuestión de lo útil y lo necesario, sino del establecimiento de relaciones y valores. Cuestión de acomodo e integración. Los libros no pueden vivir de subsidios eternamente, si es que se les quiere lo suficiente. Es que estamos fallando en el modelo con el que pretendemos integrarlos. Y es que, aunque sabemos que el sistema general es voraz y excluyente, que subsidia para subsanar sus "fallas" y seguir funcionando igual, a nosotros no nos sirve se mucho esperar a que la cosa cambie. Hemos de cambiar nosotros y construir los canales que hagan falta, aunque al sistema le duela la panza.
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