Prende usted la tele. No ya la tele con antena o cable, sino la tele con internet y algún servicio de streaming. Ya el servicio está prepagado, podría usted correr el riesgo, pero no lo hace. En cambio se está una hora viendo títulos, pasándolos, sin animarse a ponerle play. Finalmente, se decide por una recomendación: el gusto de un tercero que sí se arriesgó, o, peor aún, la sugerencia prefabricada de un publicista acostumbrado a inflar las percepciones. ¡Y eso es posible en este mundo sólo porque usted prefiere estar pasando portadas y escuchando la opinión de otros en lugar de ponerle play!
Llega usted al tercer episodio. La idea parecía buena, pero daba para dos episodios, no para tres. Menos para los otros diez que ya nunca verá. Detrás hay no un escritor con una semilla que no germinó, sino todo un equipo. Hubo riesgo, evidentemente. Y fracaso. Pero la oportunidad estuvo. Se sabía que con toda probabilidad no se estaba ante la obra maestra, pero ¿cómo se iba a saber si no se probaba? De hecho, habiendo tanta cosa malona por ahí que se filmó, ¿parece que alguien tenía el criterio refinado para estar tomando decisiones?
El libro padece por dos lados: uno, la tendencia a tratar de juzgar los libros por la portada, porque también es imposible leerlo todo antes de comprarlo, y ya entonces para qué. Lo cual es absurdo, porque hay miles de buenas portadas en una sola librería. Con montones de promesas. Finalmente usted se decide por un alucín que no era lo que usted creía: ¿y cómo iba a ser? Si atináramos, nos bastaría con cerrar los ojos e imaginarnos la historia, pero soñar nunca es suficiente. El lado dos es el síndrome del editor en busca continua de la obra maestra.
Aprendo entonces algo de la mala televisión: hacer una buena serie cuesta cien malas, la oportunidad de que existan y fracasen. El escritor y el editor tienen que tomárselo en serio de otra manera, dejar de estar pensando en que les llegará la obra del siglo a la mano. El problema que hay que resolver es la impresión bajo demanda desde la propia oficina, o el mejoramiento del libro digital. Otra cosa aprendo: dejaré la manía de estar pasando portadas en la tele y me atreveré a ponerle play.
Por cierto, a veces parece que todos los libros son de lírica o ficción. Piense usted en ello.
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