LaCriba no ha llegado aún adonde quiere llegar. Falta bastante. Y, aunque el trabajo viene en cascada y los nervios insólitamente resisten, hay muchas satisfacciones en el camino. Por eso, difícil es a veces
no quedarse embobado, como si ya uno lo supiera todo. En ocasiones nos gana la soberbia cuando alguien del otro lado del teléfono, en medio de sonora celebración, nos exige esfuerzo y excelencia sin saber que la impresora nos lanza granadas a su vez desde el otro lado de la trinchera. Ah, pero no les deseo mi carne, para que no disfruten como yo ante un bloque de papel que se parte como mantequilla con la guillotina.
Quizá habría que guardarnos los agradecimientos. No sea que dentro de dos meses estemos reventados. Pero no lo haremos porque, después de todo, nos sentimos bien. Estamos contentos, aunque hablemos a gritos o secamente, como un adolescente al que separan de su Nintendo para que saque la basura.
Escribir un post en Facebook es una distracción imperdonable: hay que trabajar en el libro de Carlos Canales, que está atrasado; hay que estructurar el de Quintín Rivera Toro, y darle forma al cronograma del año que viene, donde hay muchos nombres nuevos y algunos ya conocidos. Rafael Martínez quiere cerrar ya Valey. El Fondo de Cultura Económica tiene prisa porque ya quiere cerrar El Trimestre Económico y otros dos proyectos que deben llegar a imprenta antes de que se termine diciembre. Carlos Mapes no quiere quedar mal con El Colegio de México, que nos ha enseñado tanto, pero a veces tiene un desfase de un año con los pagos y hay que ponerlo en la cola. ¡La impresión del libro de Ada! ¡Por allá quieren más de la Queda(era)! Y Benny no para de crecer, no para de crecer, y nos la perdemos, a veces se siente mucho que nos la perdemos.
No pocos se han ofrecido voluntariamente, pero nos hemos negado considerando que nuestro trabajo no está desprovisto de interés y de una potencial remuneración. Ya vendrá el tiempo de ser el jefe que a uno le hubiera gustado tener, y entonces veremos cuánto anarcosindicalismo nos corre realmente por las venas. A los voluntarios a quienes les hemos dicho que no les agradecemos porque nos alientan; nos hacen sentir como si de verdad estuviéramos haciendo algo fundamental.
Agradecemos a nuestros autores infinitamente. Tenemos que estar agradecidos en este justo momento primero con Ada Torres Toro y Joe Agront, porque su popularidad nos ha puesto en el mapa. Son aire para nuestra editorial. Además de excelentes narradores, son mucho más grandes promotores de la cultura de lo que ellos mismos se creen. No por habernos elegido a nosotros, sino porque tienen el potencial de seducir nuevos lectores, de atraerlos, de no dejarlos pasar de largo. Quien lea "Absenta dulce" o "Antes de que olvide mi nombre" siempre querrá volver por más, tendrá un apetito ya para siempre despierto. ¡Brillarían donde fuera, y dan brillo donde están!
La doctora Nellie Bauzá nos enseñó que el viaje también es el trayecto, nos recordó el amor por la crónica, y que la sinceridad puede ser escencial para un mejor cuento. Su exigencia nos esculpió. Y Roberto Quiñones (¡todavía tenemos que configurar la página para poner el libro de Roberto!), que la otra mitad también quiere lo mejor para la humanidad y que vale la pena escuchar con el corazón abierto.
Quienes nos dieron sus versos le dieron forma conceptual a LaCriba:
Tonatihu Torres, además de haber sido un buen maestro allá cuando la razón entre nuestras edades daba un cociente más grande, confió desde el principio, y fue sumamente paciente. Le debemos el primer título, entre muchas otras cosas que hacen los buenos amigos por uno.
Juan Carlos Quintero Herencia nos influyó más de lo que él imagina: nos hizo ver que los lectores siempre han sido pocos, y, consecuentemente, replantearnos el libro como un objeto de la producción en masa. Paciencia, sobre todo, paciencia. Además, nos incitó a abandonar el lenguaje que ya conocemos. ¡Qué sorpresa tan extraña que el aprendizaje estuviera allí entre lo desconocido!
Roberto Net nos dio el bofetón más amable que hemos recibido en la vida. "Espabílate, muchacho, que eso que tú crees que es poesía..." Además, nos puso en las manos un como necronomicón editorial: "El arte nuevo de hacer libros", de Ulises Carrión. Cruzarse con Roberto Net y no aprender nada es como ver la cara de angustia del paramédico que te está atendiendo, porque no te late el corazón.
Rodolfo Lugo Ferrer es un experto que anda con un machete abriendo caminos. Nos dice por dónde pasar; nos alumbra allí donde hay gente, vida, agua, movimiento literario. Su conversación nos convence de que no hemos caído mal, de que somos bienvenidos, de que vale la pena saludar a los amigos de vez en cuando.
Iremos sumando nombres a quienes tendremos que agradecerles tarde o temprano. LaCriba está lejos, está todavía muy lejos, y el trabajo es mucho. Si se acabara el trabajo, LaCriba moriría.
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