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Innumerables denuncias hay en narrativa contra ciertas aspiraciones ideológicas a partir de la figura de la distopía. Porque son un horror nacido del sueño desquiciado del bienestar, un atentado contra (alguna definición de) la libertad, aplastada por el dominio de una lógica ideológica inquebrantable y total, a la que deben subordinarse no sólo todas las acciones, sino incluso la realidad. Aunque se ha visto derrotada la mayoría de esas aspiraciones ideológicas (en las que todo estará bien cuando por fin todos sean como yo), en algunas ocasiones no de manera definitiva, hay una dominante y persistente, a la que por cierto no le faltan denuncias, aunque no se identifiquen como distópicas: la idea de que el bienestar y la propia libertad parten de extensiones del cuerpo llamadas propiedad privada. Y a pesar de que en la convención ningún derecho se subordina a otro ni lo anula, en la práctica la tensión principal entre grupos se subordina a esta realidad distópica en que la propiedad privada justifica atentados contra la educación y la salud, la negación de servicios a personas que no pueden concebir nuestros prejuicios e, incluso, en algunos casos, el asesinato. Nuevamente, ¡El sueño de la razón produce monstruos!


#DerechosHumanos#LibertadDeExpresión#bienestar#distopía


Debe haber pocas personas que han estado dispuestas a asumir su propia maldad. En el fondo todos los criminales y los algófobos tienen un motivo, todos actúan en defensa propia, todos deben justificar sus medios con el entendimiento de algún fin superior, porque los seres humanos necesitamos desesperadamente saber que somos buenos. Ordenamos todas las consecuencias de nuestras acciones a partir del motivo al que estemos adscritos, y que esperamos que sea suficiente para alcanzar el perdón, porque, pensamos, al final, como se verá, no hay nada que perdonarle a nuestro imperativo categórico. Necesitamos, pues, contar detalladamente nuestra versión de los hechos, e internet nos ha resultado insuficiente. Allí nadie nos ha entendido. Por eso en los años que el azar laboral lleva lanzándome libros a la cara he aprendido a mirar las intenciones. A veces alguien me pregunta si es que estoy justificando a ese o a cualquier imbécil, sólo por proponer una intención probable. Y no, yo, tan pequeño o criminal como todos los demás, no otorgo perdones. Yo, tan pequeño como todos los demás, no soy dueño de ninguna justicia y soy esclavo de mis emociones temporales. Es que, como a todos quizá, me gusta que las historias que hay que contar no resulten tan obvias. Y que impliquen algo. Y que tengan algún sentido.


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